martes, 25 de agosto de 2009


Había una vez, una pequeña gatita que vivía en un cerro muy alto. Desde ese cerro, se veían muy cerca las estrellas, y eran muy bonitas, pero lo que más le gustaba mirar a la gatita, era la luna, que se veía aún más cerca. La gatita salía todas las noches a mirar la luna. La había visto cuando parecía una cuna, y cuando parecía un plátano, pero recordaba que una vez la había visto grande y redonda como un queso, de ese que comen los ratones. Así quería verla otra vez, pero sólo veía plátanos y cunas. La gata ya no quería ver plátanos y cunas, quería ver un queso grande y redondo. Como no lo veía, la gata se enojó y dijo a la luna: “No quiero verte como cuna, ni como plátano. Quiero verte como un queso grande y redondo. Si no vienes así, mejor no vengas”. A la noche siguiente la gatita subió al cerro a mirar la luna. Esperó y espero, pero la luna no apareció. La gatita comenzó a maullar y a llorar desesperadamente. Creyó que la luna se había enojado con ella, y que jamás volvería a verla. Las siguientes noches, la luna no aparecía. La gatita estaba aún más triste y perdía las esperanzas. Entonces vio un hilito brillante que parecía una cuna bien delgadita. Se puso muy contenta y feliz, pidió perdón a la luna por tratarla tan mal, y prometió subir a verla todos los días. Subió cada noche a ver a la luna siendo como una cuna delgadita, una cuna más gordita, más gordita, y más gordita... Hasta que una noche, la gatita subió al cerro y vio a la luna grande y redonda, como un queso, de ese que comen los ratones. Estaba tan feliz, que lloraba de alegría. Esa noche la gatita aprendió a esperar, y a apreciar a la luna cuando parecía cuna, cuando parecía plátano, y cuando parecía un queso grande y redondo, de ese que comen los ratones.

1 comentario:

  1. Muy buen blog! Te invito a visitar el mío!

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    Muchas gracias!

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