martes, 25 de agosto de 2009
Que se vaya con mis lágrimas el dolor que las gestó... Que me abandone el dolor que he sentido sin tu amor... Que se marche el universo que me ha cobijado años hasta ver tus ojos... Que se vay an pétalo por pétalo, esos hermosos claveles rojos...
Pero que jamás me abandone el perfume de tu piel, el cobijo de tus brazos, tus besos de miel...
Que se vaya todo aquello que he vivido... Mis deseos, anhelos, sueños... a nada se han reducido, desde que vi tus ojos por primera vez...
Que se vaya mi libertad, ahora nada me importa, despójame de todo, pero no me prives de ver tus ojos cada amanecer...
Que se vaya mi empatía, no me importa el mundo mientras pueda verte sonreír...
Que se vaya mi vida, no quiero vivirla, si no es junto a ti...
Había una vez, una pequeña gatita que vivía en un cerro muy alto. Desde ese cerro, se veían muy cerca las estrellas, y eran muy bonitas, pero lo que más le gustaba mirar a la gatita, era la luna, que se veía aún más cerca. La gatita salía todas las noches a mirar la luna. La había visto cuando parecía una cuna, y cuando parecía un plátano, pero recordaba que una vez la había visto grande y redonda como un queso, de ese que comen los ratones. Así quería verla otra vez, pero sólo veía plátanos y cunas. La gata ya no quería ver plátanos y cunas, quería ver un queso grande y redondo. Como no lo veía, la gata se enojó y dijo a la luna: “No quiero verte como cuna, ni como plátano. Quiero verte como un queso grande y redondo. Si no vienes así, mejor no vengas”. A la noche siguiente la gatita subió al cerro a mirar la luna. Esperó y espero, pero la luna no apareció. La gatita comenzó a maullar y a llorar desesperadamente. Creyó que la luna se había enojado con ella, y que jamás volvería a verla. Las siguientes noches, la luna no aparecía. La gatita estaba aún más triste y perdía las esperanzas. Entonces vio un hilito brillante que parecía una cuna bien delgadita. Se puso muy contenta y feliz, pidió perdón a la luna por tratarla tan mal, y prometió subir a verla todos los días. Subió cada noche a ver a la luna siendo como una cuna delgadita, una cuna más gordita, más gordita, y más gordita... Hasta que una noche, la gatita subió al cerro y vio a la luna grande y redonda, como un queso, de ese que comen los ratones. Estaba tan feliz, que lloraba de alegría. Esa noche la gatita aprendió a esperar, y a apreciar a la luna cuando parecía cuna, cuando parecía plátano, y cuando parecía un queso grande y redondo, de ese que comen los ratones.
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